Por Sara Fuentes Maldonado
RESUMEN: Miles de veces no han dicho que “superemos la conquista” ¿Acaso no es un evento más que duró un par de años y tuvo su fin? Para muchos 1492 solo forma parte de una clase de historia, mientras que para otros fue el inicio de sistemas que buscaron aplastar día y noche al “indio salvaje” en nombre del progreso. Uno de esos medios de etnocidio fue la educación por medio del sistema de internados a lo largo del continente. En este artículo nos ahondaremos en esta problemática que los países orgullosos de sus independencias borraron de sus libros de historia.
Las fronteras. Esas líneas imaginarias que de alguna u otra forma separan comunidades e historias. Tendemos a simplificar estos espacios al punto de que asociamos a Norteamérica con “gringos”, mientras que el centro y sur con “latinos”. Esta sobre simplificación de geografía humana resultó en que mi padre creyera que los indígenas de Norteamérica habían desaparecido. ¿Ya no existen, cierto? Me preguntó una vez. Años más tarde, cuando tuve la oportunidad de realizar un intercambio estudiantil en Wisconsin, me encontré con caras sorprendidas de estadounidenses al ver por primera vez a una mujer indígena de Suramérica. “Tal vez también desaparecimos para ellos”, pensé. Me di cuenta de los ignorantes que somos al no reconocer que nuestro continente está lleno de complejidades y culturas distintas unas de las otras. Nuestras están llenas de historias que por años han sido ocultadas de manera forzada por los grupos colonizadores y sus derivados. Todo este conglomerado de experiencias son el resultado de la ignorancia y del gran proyecto de invisibilización hacia las comunidades e historias de los grupos indígenas y afrodescendientes.
A este proceso donde una cultura es aniquilada lentamente, se le conoce como etnocidio. Varias técnicas fueron usadas para borrar nuestros idiomas, vivencias, significados y nuestra conexión con nuestra sabiduría. La conquista fue únicamente el inicio de la matanza cultural que le esperaba a los runas del continente. Una de las técnicas etnocidas tomó lugar en las escuelas-internados en varios países del “Abya Yala” y “Turtle Island”1 .Hay una razón por la que esta información no se encuentra en los libros de historia de nuestras escuelas, y es porque que hiere al nacionalismo de los países que pretenden que nos enorgullezcamos de “los grandes héroes de la patria” y del falso espejismo de progreso y democracia. Estas escuelas-internados nacieron bajo la meta de “civilizar” a los indígenas “salvajes”. Estas instituciones pretendían solucionar “el problema indio” que aparentemente imposibilitaba la construcción de sociedades homogéneas necesarias para la creación de las repúblicas.
En Estados Unidos y Canadá, un sinnúmero de internados fueron abiertos bajo la idea de “matar al indio, salvar al hombre”. Registros apuntan a que las primeras escuelas empezaron su funcionamiento a mediados y finales de los años mil ochocientos. Este proyecto “civilizador” pretendía separar a niños y niñas indígenas de sus familias y comunidades, con el objetivo de enseñarles el idioma predominante y la fe cristiana que los mismos colonizadores europeos habían robado y apropiado del medio oriente. Varias denominaciones se unieron a este proyecto deshumanizante y violento de asimilación. Católicos, protestantes, entre otros, se aliaron con el estado para crear estos centros de “aprendizaje”. Existen miles de testimonios de gente indígena, de diversas comunidades, que sufrieron de abuso sexual, psicológico y verbal. Si alguno hablaba su lengua nativa inmediatamente era bofeteado o sufría algún otro tipo de abuso. Sus cabellos fueron cortados y sus ropas originarias fueron reemplazadas por la vestimenta del europeo. El trabajo forzado y los insultos eran parte de la rutina diaria de los internados. Muchos fueron víctimas del abuso sexual por parte de los curas y autoridades que llegaban a las instituciones.
Tales abusos llegaron al grado que muchos murieron dentro de las mismas escuelas. Otros intentaron escapar para regresar a sus comunidades. Había quienes morían en el camino, ese fue el caso de Chanie Wenjak, un niño ojibwe que escapó del internado “Cecilia Jeffrey Indian Residential School” en 1966. Con tan solo 12 años, habiendo experimentado todo tipo de abusos, Chanie murió con el anhelo de volver a su padre y madre. Así mismo, aquellos que regresaban a sus comunidades se sentían tan desconectado de sus culturas que se sumergían en una gran depresión. Muchos, debido al trauma ocasionado en estas escuelas, se sumergieron en el consumo del alcohol como mecanismo de supervivencia, mientras que otros decidieron terminar con sus vidas. Hasta el día de hoy se puede observar los efectos de este etnocidio en las nuevas generaciones de varias comunidades indígenas. Es importante tener en mente que estas que estas asimilaciones fueron forzadas ocasionando un trauma generacional del cual muchos buscan sanidad. La última escuela en estos países denominados como “desarrollados o de primer mundo”, fue clausurada en 1996. Es decir, hace 24 años atrás. Aún existen sobrevivientes de los internados. Debemos dejar de lado el imaginario de que estos eventos etnocidas ocurrieron miles de años atrás. Para muchas personas, sus madres, tías, abuelos y abuelas son sobrevivientes de este tipo de violencia institucional.
Ahora, estos sistemas también fueron comunes en países Latinoamericanos, cada región experimentó esta aculturación de distinta manera. No tenemos que ir tan lejos para encontrar la presencia de internados “civilizatorios”. En Ecuador, alrededor de 18 escuelas fueron abiertas en el oriente ecuatoriano bajo la orden salesiana. Juan Bottasso (1993) en su libro “Los Salesianos y la amazonía: Actividades y presencias” recopila una serie de cartas donde los propios misioneros relatan con altivez los logros de su presencia en comunidades Shuar. Inician con premisas donde alegan que el “indio de la sierra” ha sido domable y se ha adaptado a la sociedad europea con facilidad, a pesar de ser una cultura que “no va ni para delante ni para atrás”. Mientras que los “indomables y salvajes jibaritos” han requerido de internados para asimilarlos a la república ecuatoriana. Descaradamente se jactan de sus planes donde describen a los Shuar con desprecio, al tiempo que alaban sus acciones de evangelización europea y mestiza. Por ejemplo, Mons. Domingo Comín expresa lo siguiente: "los Jívaros paganos de la región van desgrosando poco a poco su ancestral barbarie" (Bottasso 1993, 192). Así mismo, P.F. Palomino añade que las comunidades amazónicas “no conocen la norma de la ética ni tienen una religión definida" (Bottasso 1993, 193). Esto no fue escrito en 1700 o 1800, sino en 1968, periodo en el muchos de nuestros padres ya existían.
De igual manera, los niños y jóvenes indígenas enviados a estos internados no tenían permitido contactar a sus familiares. Sino que, por el contrario, los misioneros esperaban que nuevas familias Shuar se formaran como capital humano para la satisfacción de los colonos. "El internado ha venido a convertise en el gran secreto para la evangelización y civilización de la raza Shuar. Al entrar a la Misión entragaban su corona de plumas. Cambiaban el itipi por el pantalón" (Bottasso 1993, 198-199), escribe D. Barruecos. Los internados en el Ecuador no han sido divulgados como las batallas de independencia o la folklorización de los pueblos indígenas. Lo cierto es que ahora, solemos ser vistos como “el adorno del Ecuador” pluricultural, mas no como agentes autónomos de cambio. Es necesario reconocer que este es un proceso sistémico vivo, que se manifiesta en nuestro día a día en diversas formas y se alimenta de los estereotipos que perpetuamos constantemente. Los países de las Américas continúan evadiendo la historia de los internados. Es necesario empezar a hablar sobre este tema sin excusarnos con el típico argumento ignorante y nada empático “pero en todos los países también pasaba esto, ¡supérenlo!”.
Referencias: Juan Bottasso. 1993. Los Salesianos y la amazonía: Actividades y presencias. Quito: Editaorial Abya Yala.
[1] Nombres asignados a nuestro continente por varias comunidades originarias
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